Hoy día 2 de febrero celebra la iglesia la Fiesta de la Presentación del Señor en el Templo. También conocida como La festividad de Ntra. Sra. de las Candelas y la Jornada Mundial de la Vida Consagrada
La liturgia de hoy nos dice que con ese rito, a los 40 días de nacer, el Señor «fue presentado en el templo para cumplir la ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente». El encuentro de Dios con su pueblo despierta la alegría y renueva la esperanza.
Al revivir este misterio en la fe, la Iglesia da de nuevo la bienvenida a Cristo. Ese es el verdadero sentido de la fiesta. Es la "Fiesta del Encuentro", el encuentro de Cristo y su Iglesia. Esto vale para cualquier celebración litúrgica, pero especialmente para esta fiesta. La liturgia nos invita a dar la bienvenida a Cristo y a su madre, como lo hizo su propio pueblo de antaño: "Oh Sión, adorna tu cámara nupcial y da la bienvenida a Cristo el Rey; abraza a María, porque ella es la verdadera puerta del cielo y te trae al glorioso Rey de la luz nueva".
Se recuerda cómo Simeón y Ana, guiados por el Espíritu, vinieron al templo y reconocieron a Cristo como su Señor. "Unidos por el Espíritu, vayamos ahora a la casa de Dios a dar la bienvenida a Cristo, el Señor. Le reconoceremos allí en la fracción del pan hasta que venga de nuevo en gloria".
Se alude claramente al encuentro sacramental y sabemos que este encuentro tendrá lugar en la eucaristía, en la palabra y en el sacramento. Entramos en contacto con Cristo a través de la liturgia; por ella tenemos también acceso a su gracia.
La fiesta de la presentación es una fiesta de Cristo antes que cualquier otra cosa. Es un misterio de salvación. El nombre "presentación" habla de ofrecimiento, sacrificio. "Heme aquí que vengo a hacer tu voluntad".
María es la que presenta a Jesús en el templo; junto a su esposo José, pues se menciona a ambos padres. Para María, la presentación y ofrenda de su hijo en el templo no era un simple gesto ritual, fue un acto de ofrecimiento verdadero y consciente. Significaba que ella ofrecía a su hijo para la obra de la redención con la que él estaba comprometido desde un principio. Ella renunciaba a sus derechos maternales y a toda pretensión sobre él; y lo ofrecía a la voluntad del Padre.
Hay un nuevo simbolismo en el hecho de que María pone a su hijo en los brazos de Simeón. Al actuar de esa manera, ella no lo ofrece exclusivamente al Padre, sino también al mundo, representado por aquel anciano. De esa manera, ella representa su papel de madre de la humanidad, y se nos recuerda que el don de la vida viene a través de María.
Todos somos conscientes de la transformación multicultural por la que atravesamos. De ahí la importancia de que el consagrado y la consagrada estén insertos con Jesús, en la vida, en el corazón de estas grandes transformaciones. La misión poner a Jesús en medio de su pueblo, tener un corazón contemplativo, capaz de discernir como Dios va caminando por las calles de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, en nuestros barrios. Poner a Jesús en medio de su pueblo, es asumir y querer ayudar a cargar la cruz de nuestros hermanos. Es querer tocar las llagas de Jesús en las llagas del mundo, que está herido y anhela, y pide resucitar. Y así compartamos lo que no nos pertenece: el canto que nace de la esperanza.