
HOJA PARROQUIAL - 19 DE JUNIO
La imagen definitiva del receptáculo de la misericordia la encontramos a través de las llagas del Señor resucitado, imagen de la huella del pecado restaurado por Dios, que no se borra totalmente ni supura: es cicatriz, no herida purulenta. Las llagas del Señor.
San Bernardo tiene dos bellísimos sermones sobre las llagas del Señor. Allí, en las llagas del Señor, encontramos la misericordia. Y es valiente cuando dice: «¿Estás perdido? ¿Te sientes mal? Entra allí, en las entrañas del Señor y en ellas encontrarás misericordia». En esa «sensibilidad» propia de las cicatrices, que nos recuerdan la herida sin doler mucho y la curación sin que se nos olvide la fragilidad, allí tiene su sede la misericordia divina: en nuestras cicatrices. Contemplando el corazón llagado del Señor nos espejamos en él. Se asemejan, nuestro corazón y el suyo, en que los dos están llagados y resucitados. Pero sabemos que el suyo era puro amor y quedó llagado porque aceptó ser vulnerado; el nuestro, en cambio, era pura llaga, que quedó sanada porque aceptó ser amada. En aquella aceptación se forma el receptáculo de la misericordia.
San Bernardo tiene dos bellísimos sermones sobre las llagas del Señor. Allí, en las llagas del Señor, encontramos la misericordia. Y es valiente cuando dice: «¿Estás perdido? ¿Te sientes mal? Entra allí, en las entrañas del Señor y en ellas encontrarás misericordia». En esa «sensibilidad» propia de las cicatrices, que nos recuerdan la herida sin doler mucho y la curación sin que se nos olvide la fragilidad, allí tiene su sede la misericordia divina: en nuestras cicatrices. Contemplando el corazón llagado del Señor nos espejamos en él. Se asemejan, nuestro corazón y el suyo, en que los dos están llagados y resucitados. Pero sabemos que el suyo era puro amor y quedó llagado porque aceptó ser vulnerado; el nuestro, en cambio, era pura llaga, que quedó sanada porque aceptó ser amada. En aquella aceptación se forma el receptáculo de la misericordia.